Hay citas... y citas, por Blai Felip Palau

2022-07-30 13:16:06 By : Ms. Joyce Luo

Matilde tiene claro que esta cita no acabará bien. Le informaron de que en la aplicación SexOnClic el ganado estaba de buen ver, con especímenes de los de venga, va, dale, oh, qué bien, adiós y no hace falta que nos pasemos los móviles. En la foto de la web, Arturo prometía y es evidente que la persona que tiene delante es Arturo, que no abusó del photoshop. Pero este hombre que dice que es un arquitecto de renombre agarra los embutidos y los entrantes como un hambriento en el desierto y sorbe el cubata —sí, ha pedido el cubata de toda la vida, ¡por el amor de dios!— con ruido de perro sediento.

Matilde, rápida y lista, pincha con el tenedor un espárrago grueso, marinado con aceite y especies

Arturo explica cosas que Matilde no entiende sobre estructuras de hormigón y de acero que apuntan al cielo sostenidas por cálculos trigonométricos. Viendo tragar a Arturo, lo que Matilde se imagina es el sudor de peones y paletas, y Arturo con ellos, sentado en el suelo, mojando pan en la fiambrera, con los dedos sucios, las cejas cubiertas de polvo y la barbilla untada de aceite barato, del que agujerea el estómago, porque la nómina no da para más. Él no escucha a Matilde cuando esta le explica las dificultades de la editorial, ahora que el precio del papel se ha encarecido por la guerra en Ucrania. Arturo entretiene la vista en el móvil cuando ella le comenta que publicarán la obra de una de las grandes escritoras del momento, tras meses de negociación. Están en el primer plato y la conversación se arrastra por los manteles con pereza de oruga y cargada de silencios.

Por eso, Matilde se fija desde hace rato en el hombre que también hace rato que se fija en ella dos mesas más allá, en una diagonal que les permite insinuarse, sin que se percaten ni Arturo ni Juana. Juana es la mujer que acompaña a este desconocido que, hummm, parece que acaba de salir del horno. Tampoco les resulta tan difícil disimular, porque Arturo se engancha al móvil siempre que vibra y Juana atiende una llamada desde hace veinte minutos, ladeada, para tener privacidad.

Matilde, rápida y lista, pincha con el tenedor un espárrago grueso, marinado con aceite y especies. Lo corta y se lo acerca a la boca. Mira a Marc (este pedazo de hombre se llama Marc), abre los labios y deja que la carne suave se deslice, lenta. Los labios ganan color y brillo. El corazón de Marc se encabrita cuando una gota aceitosa y juguetona chorrea caminito abajo, desde el labio inferior, carnoso, hasta el hoyuelo. Matilde, que controla, la detiene. Con el índice la hace volver atrás, donde la lengua la espera. Se lame el dedo, mientras mira a Marc, que ve cómo la yema desaparece y aparece de la boca, con la elegancia de un suspiro.

Marc se remueve en la silla. En un gesto instintivo se estira la pernera derecha del pantalón, porque aquello, la cosa, hace gala de sus posibilidades. Matilde piensa que fue buena idea elegir la falda para la cita. Se arremanga la ropa por encima de las rodillas, hasta hacer una visera, e invita a Marc a contemplar la cueva, libre de formalidades y de tropiezos textiles. Abre las piernas poco a poco. El dedo, aceitoso, fluye en zona húmeda y surca en vertical el triángulo, los segundos justos para que Marc lo vea y las sienes le retumben al compás de un sonido atávico.

Matilde se pone en pie y coge la bolsa. Sin dirigir la palabra a Arturo, va al lavabo con las caderas socarronas. Envía una mirada a Marc que anticipa las intenciones. Marc observa la mesa donde está Arturo. Nada ha cambiado. Mira a Juana, que sigue al teléfono. Nada ha cambiado. El golpe de la puerta del lavabo le llama. Se levanta. Lleva la mano en el bolsillo para disimular a duras penas lo que el falo expone. Entra en los servicios. Dos puertas cerradas y otra, un palmo abierta. Es esta.

Labios calientes, dedos nerviosos que acarician zonas esponjosas, ahora endurecidas, ansiosas de las lenguas que guían, inspeccionan e invitan a los dientes a morder la excitación. Suspiros apagados, que humedecen la estancia, y una falda que los dientes aguantan, ropa tendida al viento del aliento caliente de Marc; pantalones que han perdido el vínculo con la cintura y el miembro, liberado, que Matilde tiene a mano y que guía donde hace rato que se le espera. Los suspiros ahora son gritos que las bocas apagan. El orgasmo hace temblar los andamios de dos cuerpos sin equilibrio.

Jadean. Matilde, dice ella. Marc, responde él. Vayámonos, proponen al mismo tiempo.

Y salen del restaurante con discreción, excitados, cogidos por la cintura, sin que los vean Arturo y Juana, que dentro de un rato no podrán escapar de la cuenta que deberán abonar.

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