El arquitecto británico Richard Rogers. / Efe

«Si uno quiere hacer política tiene que saber lo que quiere la gente. Y mejorarlo», defendía Richard Rogers, reconocido como «urbanista social» por el jurado del Premio Pritzker, el mayor honor de la arquitectura, que recibió en 2007. Fallecido el sábado en Londres a los 88 años, Rogers fue pionero en preocuparse por la arquitectura sostenible en una era en la que colegas solo buscaban lucirse con edificios estrella.

El autor intelectual de la mayor reforma urbanística de Londres en décadas, la recuperación de la orilla sur del Támesis, diseñó en 1977 junto a Renzo Piano el Centro Pompidou de París, que cambiaría para siempre la función y el aspecto de los museos, y también la Terminal 4 de Barajas.

«El Pompidou es a la cultura lo que un hipermercado es a la mercancía», sostuvo el filósofo Jean Baudrillard. En una ciudad cartesiana como París, Rogers se atrevió a erigir una mole de corte industrial y futurista, con las tuberías a la vista y una escalera con forma de oruga que trepa por una fachada que se diría cubierta de andamios.

La T4 del aeropuerto de Barajas, el Museo Pompidou de París y el Tribunal Europeo para los Derechos Humanos de Estrasburgo / Afp

Desde su inauguración en 1977 se convirtió en el museo favorito de los parisinos. En su interior primaba la flexibilidad y la variedad de disciplinas: fotografía, cine, diseño, arte...; en la plaza que el Pompidou/Beaubourg creó al ocupar la mitad del solar que dejó el Mercado de Les Halles los caricaturistas y los músicos propiciaban el encuentro. Solo por su biblioteca pasaban cada año antes de la pandemia millón y medio de personas.

Richard Rogers había nacido en Florencia en 1933 en el seno de una familia que regresó al Reino Unido huyendo del fascismo. La figura de su madre italiana, ceramista de profesión, fue esencial en la vocación de aquel niño disléxico que nunca se sintió integrado y aprendió el valor de la diferencia y el inconformismo. El arquitecto favorito de Tony Blair, nombrado lord Rogers of Riverside, era al mismo tiempo la bestia negra del príncipe Carlos, que detestaba su obra transgresora.