«Le prometí a mi abuela que iría a Santiago en burro y a ello voy» | El Comercio

2022-09-24 15:52:37 By :

Esta es tu última noticia por ver este mes

¡Vuelta al cole! Infórmate hasta fin de año por solo 2€/mes

¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión

Te quedan noticias por ver en este mes

Te queda 1 noticia por ver en este mes

¡Vuelta al cole! Infórmate hasta fin de año por solo 2€/mes

¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión

El ofertON+ de la Vuelta al cole: Infórmate hasta fin de año por 2€/mes

Marcos Gallego, de 68 años, retiene por el cuello a Fali, ya cargado, mientras sostiene de la correa a Ola. / LVA

Año tras años, la extensa longitud del Camino de Santiago, desde sus múltiples orígenes hasta la catedral compostelana, con sus decenas de ramales, se convierte en un hervidero no solo de peregrinos, sino también de decenas de miles de anécdotas, curiosidades y vivencias que recordar. Y hace apenas una semana, en las postrimerías del verano, el camping Bahinas de Naveces se convirtió en el punto de partida de una de ellas. Ese es el lugar escogido por el peregrino francés Marcos Gallego para recorrer el Camino. Y no a pie, ni en bicicleta, sino de un modo mucho menos común: a lomos de su asno, Fali, y en compañía de Ola, su fiel perro.

Fue el pasado 11 de septiembre cuando este veterano de la docencia y de la construcción humanitaria, de 68 años, hijo de padre español y de madre gala, abandonó su domicilio en el municipio de Forcalquier, no muy lejos de Burdeos, y emprendió ruta a España. Tras una breve escala en Roncesvalles, llegó al camping castrillonense el martes 13; todo un buen augurio. Allí dejó su coche y su remolque y, tras aprovisionarse de todo lo necesario para llenar las alforjas, el miércoles, como un héroe de tiempos antiguos, montó a la grupa y se echó a la carretera.

«Espero llegar en tres semanas, más o menos», reconocía pocas horas antes de emprender su aventura, convertido ya en toda una sensación entre los restantes usuarios del camping de Naveces. Ahora bien, pese al aparente romanticismo de su empresa, Gallego ha diseñado su plan de viaje hasta el más mínimo detalle. «Cada cien kilómetros daré la vuelta, recogeré coche y remolque, y seguiré hasta el punto en el que giré», relataba. Una forma más cómoda para sus animales y, sobre todo, más segura para este trío de trotamundos.

«Si hay algún restaurante, comeré allí, pero viviré, sobre todo, de lo que llevo, y Fali puede alimentarse de lo que encuentre por el camino», apuntaba Gallego. No en vano, el burro, como icónico músculo de trabajo del campo en medio mundo, es un animal resistente y sufrido, capaz de soportar condiciones duras sin desfallecer. Eso sí, «vamos a ir por caminos menos frecuentados, para que no haya tanta gente; si no los animales se asustarían».

Alegre, dicharachero y encantado de relatar sus peripecias, en el haber del galo se hallan ya un buen número de historias dignas de ser contadas. Aunque ahora jubilado, su carrera profesional osciló entre la enseñanza, a la que dedicó varios periodos de su vida, y el andamio, sobre todo en países en vías de desarrollo. En Mali construyó pozos, carreteras y caminos, siempre al servicio de diversas ONG. De hecho, fue en una de esas expediciones donde encontró a Fali.

La relación de Gallego con sus animales es sólida y sentida, pero es otro vínculo, mucho más profundo, el que le atrae a Santiago: el amor por su abuela, Victorina Parrocel, ya fallecida. «Era una mujer increíble», recuerda con emoción. Profesora de Filosofía desde 1914, mientras Europa en general, y Francia en particular, se desangraban en la barbarie de la Gran Guerra «se dedicó a enseñar, en una época en que era raro ver a una mujer hacerlo. Ella me dio el camino de la vida y le prometí que haría esta ruta con Fali, así que aquí estoy».