Diez años sin Guillermo Fernández (1932-2012): Un laurel para el poeta de la humildad poderosa – Cultura y vida cotidiana

2022-08-13 16:25:19 By : Ms. Alsa Hu

Es incalculable la deuda de nuestro medio literario con Guillermo Fernández (2 de octubre 1932-31 de marzo 2012), en particular lo que respecta a poesía y literatura italianas; sin él, sin Federico Campbell (1941-2014), Annunziata Rossi (1925-2016), Mariapia Lamberti y algunos más, estaría seriamente mermada la difusión en español que se ha hecho desde México de la literatura de ese país europeo. Tuvo la satisfacción de que la República Italiana lo condecorase Caballero de la Orden al Mérito (1997). Su propia poesía fue reunida en el Exutorio preparado por Hernán Bravo Varela (FCE, 2006), y más tarde en un volumen más completo: Arca. Poesía reunida, prologada por Jorge Esquinca (Secretaría de Cultura-Gobierno del Estado de Jalisco, 2010). El lector interesado también puede acudir a su volumen autobiográfico lacónicamente titulado Éste (prólogo de Jorge Esquinca, FCE, 2017).

Poesía y criminalidad impune. Se han cumplido diez años del brutal asesinato en que Fernández perdió la vida (acaecido el 31 de marzo de 2012). La policía encontró el cuerpo amordazado, golpeado y maniatado, dentro de su casa en Toluca; se descarta el móvil de robo simple dado el exceso de violencia. Sigue sin identificarse al culpable o culpables. Fue y ha sido en vano que la comunidad cultural reclamara justicia. En la edición de NEXOS aquel aciago mayo de 2012 Roberto Diego Ortega publicó una cálida semblanza personal sobre el escritor. El presente homenaje consiste en cinco poemas que sus amigos hemos preparado para esta ocasión. Incluimos, por último, ocho notas de Ernesto Lumbreras.

Según nuestras últimas informaciones, diez años después los sellos legales correspondientes que aíslan la escena del crimen no han sido removidos de la casa del poeta. Con la consecuencia de que sus deudos, editores y colegas interesados no han podido saber qué escritos y trabajos hayan, tal vez, quedado en el interior. ¿Cuadernos, notas, el disco duro de la computadora personal? He ahí otra consecuencia injusta e indeseable del crimen. ¿Se hará la luz alguna vez sobre el asesinato y sobre el último periodo de su vida y obra? Podemos regresarle una expresión que lo caracteriza: en el medio cultural mexicano, Guillermo Fernández fue una humildad poderosa.

Agradecemos a los poetas la generosidad de haber contribuido con lo mejor de su inspiración a recordar y enaltecer la figura de nuestro maestro y amigo.

Mario Luzi (1914-2005) es uno de los poetas italianos más destacados del siglo XX. Es innegable la sensibilidad social que recorre sus diferentes periodos creativos. En México, debemos a Fernández el haberlo dado a conocer, empeñando lo mejor de su conocimiento de la lengua y sensibilidad italianas. Vaya en su homenaje esta versión de un poema que al combinar temporada de descuentos con violencia urbana e impunidad no ha perdido un ápice de dolorosa actualidad. El poema pertenece al libro Per il battesimo dei nostri frammenti (Milano, Garzanti, 1985).

Por todas partes juegan al descuento Por todas partes juegan al descuento con la vida humana y con la no humana, la liquidan en todas sus formas, la desprecian en todas sus presentaciones en la más desesperada y sangrienta bancarrota nunca cocinada en frío, nunca, ni siquiera en un Wall–Street del infierno, sazonada ¿por quién? Se esconden detrás de sus killers, detrás de otros sicarios se encubren los sicarios o se ocultan en sí mismos ostentosamente todos juntos desgranan aquel rosario de descargas bien dosificadas, disparan sus veredictos inapelables, disparan su muerta rabia, disparan su muerte sobre los demás. “No, no es un sueño ya soñado”, hace de todo para convencerse, no es la recaída en una tormentosa duermevela. Sucede, inverosímilmente sucede.

(Versión de Alberto Paredes)

Siete poemas de Guillermo Fernández

Sarabande Tus manos se han quedado distraídas…

Yo no quiero saber lo que es morir. Yo no quiero morir.

Te he mirado rozar un borde del espanto, tocar la púa del remordimiento. Dime. Algo oculto se queja detrás de tu risa y una umbela de sombra desliza su muro.

Están tus ojos no sé dónde, como ropas caídas.

¿Cómo llamarte? ¿Cómo llamarte cuando tocas aquel o este silencio y de todas las cosas cercanas hacen tus ojos los más largos horizontes?

Algo en el aire nos deja tiernamente heridos.

No es tiempo de llorar. Ven. Mira ese árbol. En nuestras horas hay hojas que no conoce el río. Un dios ha puesto en nuestras manos un fruto de alegría.

Que nada cante más allá ni más acá de la vida.

No me digas tu nombre Siempre te reconozco.

Eres el viaje de regreso, la señal escalando los andamios de la antigua esperanza, la vigilia y el sueño.

Te siento regresar a la ladera que nunca conociste, al joven surtidor de tu silencio.

Tantos ríos han pasado por el agua, tantos ojos en barcas vacías.

Pero tú duermes bajo mi corazón como el pie de un niño en el agua.

Humildad poderosa, viaje del viento entre la hierba, te reconozco, aunque cambies de nombre o de deseo y sé que si sollozo o canto alguna vela inicia el vuelo

Por principio Ya es tiempo de que vuelvan todas tus palabras las que el olvido ha perdonado las que sobrevivieron al puño del amor las sonámbulas guías bajo los párpados las mendigas que esperan tras la puerta las fieles a los sótanos del alma

Remueve escombros y gusanos límpiales el rostro de lunas empolvadas de niñas retozonas en la noche de San Juan

Arráncalas del fondo del armario apuéstales el silencio de las bestias tus ojos bautizados con los ácidos que digan ese poco que te sobra bajo la podredumbre de la máscara

Se acabó el tiempo de pudrirse libremente de acariciar los lomos de la tranquilidad los ojos tras las rejas tras los actos

La inocencia es un cacho de carne que se pudre en la jaula de las fieras.

Cuando el día es un peine desdentado o sobras del festín de los chacales cuando la noche aúlla en una cama de cenizas y en las esquinas gimen perros apaleados (corte directo)

llega el arcángel disfrazado de Tom Mix con la bendición azul en sus ojos y un mayordomo Tonto por supuesto pero con el alma bien peinada desde los arenales de la luna Al galope reencienden la esperanza y el sempiterno “Hy’ooo Silver” retumba en los barrancos de cartón (disolvencia)

En la sonrisa de un niño se cumple la promesa y vuelve a cantar la luz del día con algo de lluvia alegre sobre el agua.

Uno habla porque la sangre está segura de andar fuera de casa es ella quien recuerda la otra latitud

Desde otros tiempos una mirada nos contempla cuando nos ocultamos bajo el hierro de las máquinas o saltamos hacia el espacio en busca de la luz

No es el nuestro este mar amenazante ni este viento que poco a poco nos destruye Somos las piedras desvalidas de esta tierra los abandonados en un invernadero los que fuimos siervos felices en otras eras los desdichados reyes de este extraño reino.

Entreabro los ojos… Entreabro los ojos La mañana de marzo desparrama una luz corrosiva. Las cosas que viven en el cuarto se agazapan y temen disolverse en la luz. Quién pudiera diluirse completamente en ella, entrar por tu ventana y mirarte dormir mientras sueñas rebaños de motores que cantan sus distantes monodias, sorprender a hurtadillas la primera mirada con que miras el día.

Las mañanas de marzo… Las mañanas de marzo plantan un fresno enorme en todos los lugares donde miran mis ojos.

Le acaricio el follaje con sólo mirarlo, y bendigo la mano que me consuela a cualquier hora sin siquiera tocarlo.

Guillermo Fernández, foto: Archivo Novedades / CNL-INBA

Guillermo, tus amigos te seguimos honrando. Ahora, con estos versos…

Se sentaron en la sala Se sentaron en la sala. Bebieron tequila. Fumaron hasta llenar el cenicero. Después le ataron las manos con un cable, lo amordazaron con cinta canela y lo golpearon en la nuca con un “objeto contundente”. (La necropsia reveló que había sido por asfixia, no por el golpe que lo había dejado en coma.)

La tapa de su ataúd permaneció levantada buena parte del velorio. Una costura le surcaba la frente, como una pelota de beisbol en un lote baldío. Al verlo ahí, con la cara de cal, todos se preguntaban cómo haría la tierra para distinguirlo.

Con Guillermo, diez años después

Allá viene el padre Francisco, el pobrecillo,                       rota la sandalia, raído el hábito                         colina abajo viene entre los cardos,                            démosle agua que viene sediento,                                 démosle también un trozo de pan,                            que viene dolido, el padre descalzo                              estuvo hablando con el mirlo y la tórtola,                                         con la abubilla y el zorzal.                    Vamos a encontrarlo, vamos a darle                         una moneda aunque no la quiera,                                  sólo para oírlo decir que no,                        que con el sol nos basta.

Recitación por Guillermo Fernández Ya tu rostro es de mármol: es tiempo de enterrarte. Podría pensarse: “sí, aún respira o tal vez finge dormir serenamente, como otra de sus acostumbradas jugarretas”. El monótono gorjeo de pájaros en la enredadera hace temblar tus párpados. Un moretón en la frente y la sangre seca de la oreja izquierda me recuerdan tu manera de silbar contra el viento, de pararte en la acera sin dejar de hablar, mientras nosotros seguíamos caminando a solas. ¿A cuántos poetas pasaste a nuestra lengua? ¿Alguno de ellos hizo lo mismo con tus textos? Muchas veces llegaste a mejorar originales. Muchas veces, al conversar con ellos, llegaste a percibir un agradecimiento surgido de la envidia. Eso fue ayer, quizá. O hace veinte años. Hoy te hemos leído entre coronas de flores, seguros de ser escuchados por tus labios. Hoy te aplaudimos cerca de la nieve, sin poder evitar que el sol y el polvo cubrieran tu ataúd, semejantes a los sudarios burocráticos que tanto detestabas. Hoy, el fantasma de un gato o de una gata maullará por tu casa vacía, preguntándose por los sagrados alimentos o por La canción de la tierra. Recitemos nuestros versos, aunque no sean capaces de reanimarte. Recitemos una oración, similar a un aullido, bajo el puente donde San Francisco de Asís repetía su nombre verdadero. Y volvamos sin prisa hacia el principio: ya tu rostro es de mármol, es tiempo de enterrarte.

(Francisco Hernández nos pidió que su colaboración fuese este poema, originalmente publicado en: Obra suspendida, Versos/Posdata Editores, Monterrey, 2013.)

(Habrá sido la última vez que nos encontramos. Impertinentemente le pregunté por qué ya no se veía nueva poesía suya, sólo talleres, traducciones y más traducciones. Silencio. Me respondió en voz baja y firme…)

el poema estará siempre en la flor en la lucha del héroe en la angustia del artista y en todos esos besos que años después no cesan de torturar a los amantes

“sabes Alberto no es necesario escribir el poema algún día lo descubrirás —o no

”mientras tanto no está mi poesía en los chicos del taller? en las voces que cuando hay fortuna encuentro para honrar a Pavese a Luzi a Sciascia…? está en las pláticas con Pellicer que te sigo contando

”sobre todo de pronto te sorprende aquello miras pasar esos ángeles por un instante visibles no te distraigas olvida pluma y cuaderno sigue mirando dentro y fuera serán tus mejores rosas”

(Años después descubrí el soneto de Hélder Moutinho: “Procuro a madrugada que me acoite / Num poema que não escrevo mas é meu”)

Última conversación con Leo Dan

Para Rocío Franco López; i. m. Guillermo Fernández.

Dime, hermano invisible, dime, Guillermo, ¿dónde cae la noche en su centro? Dime, cuántas veces pronunciaste Estambul y Nueva Zelanda mientras mi voz grave deletreaba sílabas melifluas a treintaitrés revoluciones por minuto. Dime de ese bosque de abetos que querías guardar en el puño siendo niño, sobre las noventa y nueve ventanas de la casa blanca de tu infancia. Dime del consuelo que ofrece el débil canto del mirlo a fines del invierno, de las hendiduras irregulares de la ternura que laceran. Dime de los trenes del mundo que partieron sin ti, mientras tus pies se enraizaban al andén como la única tierra firme. Dime, hermano invisible, háblame, mientras tarareo:                                                                Cómo te extraño mi amor, ¿por qué será?                                                                Cómo te extraño mi amor, ¿qué debo hacer?

Muescas en el tronco de una higuera

1. Éste (FCE, 2017) es el título de la autobiografía de Guillermo Fernández (1932-2012), nombre de austeridad franciscana, pronombre demostrativo que sugiere, en su humildad y bajo perfil, el deslinde de narrar pasajes de una vida libre de las fanfarrias del héroe o la vindicación moral de un protagonista ejemplar. Éste y no “aquel que ayer no más decía”, tan próximo como tocar al prójimo, tan inmediato y familiar para reír de todo y de todos, empezando, diría el autor de La hora y el sitio, “por su seguro servidor”.

2. En ese éste entreveo una poética de lo esencial —no en las acepciones de Valéry o Heidegger— sino de lo humano, “demasiado humano” pero sin demasiada literatura.

3. Muchas veces, la prueba de ácido que usaba Guillermo Fernández para descalificar o validar un poema residía en su olfato pues afirmaba categórico y pleonástíco: “estos versitos ni apestan ni hieden.”  Y claro, sus objeciones y reparos no atendían los presupuestos de ninguna escuela o corriente literaria. Por eso, según su credo, los poemas herméticos de Montale “apestaban” como los vitalistas de Pavese, cada uno con recursos formales y retóricos tan diferentes. 

4. Asimismo, el nombre de su autobiografía, esbozada a mediados de los noventa y continuada a lo largo de la primera década del 2000, define la contención expresiva de sus últimos libros de poemas. Que esos libros se llamaran escuetamente Exutorio, Expósitos o Arca marca una voluntad “por adelgazar” de lujos verbales su escritura lírica. Esa decantación tornó su poesía, en las antípodas del versículo o de la prosa de sus primer libro, Visitaciones (1965), publicado por Juan José Arreola en la célebre colección Los Presentes. Versos a cuentagotas, supurados con grumos de sangre, tamizados en capas de arena o filtros de piedra: “Dices palabras. Yo las escucho rojas/ con algo de nubes blancas”.

5. La tradición del género autobiográfico realmente es pobre en la literatura mexicana. En mis lecturas recientes, un libro como Migraña (FCE, 2012) de Antonio Alatorre, me atrae relacionarlo con el talante y la poética de Éste de Guillermo Fernández; en ambos el ejercicio de introspección –en realidad una confrontación entre recuerdo y fabulación, entre historia y catarsis– la escritura testimonial alcanza niveles de excelencia prosística. En cada una de sus indagatorias y calas a ese territorio que por confort y autosuficiencia llamamos pasado, tiempo transcurrido o memoria, el mundo es más vasto y complejo. A esa recolección de nudos y encrucijadas, de revelaciones y alegrías, simplemente la llamaría vida intensa.

6. Su departamento de la calle Edzná, en la Portales o su casa toluqueña de la calle Guillermo Marconi, fueron para muchos de mis contemporáneos una estación iniciática donde el binomio vida-literatura era posible combinarlo en el día a día, alentados por la curiosidad y el rigor, por la camaradería y el desenfado. Nuestro anfitrión descreía del poeta como un pararrayos y de los poetas evangelistas que al “escribir para todos escriben para nadie.” Allí, en esos muros de fiestas y complicidad, no cabían los solemnes y los arribistas. Políticamente incorrecto, hacía burla de los poeta funcionarios, y también, con insistencia de cuchillo de palo de los poetas que están más preocupados en ganar un premio o una beca que en “cometer un libro.”

7. La morada del traductor de Giovanni Boccaccio y Dino Campana, funcionó también como conservatorio de música para los oídos tapados –“oídos de artilleros” decía Guglielmo– de muchas de las entonces jóvenes promesas literarias que pasamos por allí.  Las exigencias auditivas que Pound demandaba con tanto ahínco en El arte de la poesía,sin programa ni método el autor de Bajo llave las exponía mientras el tocadiscos o su reproductor de cds tocaba el Adagieto de la Quinta Sinfonía de Malher o los Impromptus de Schubert, o también, con igual énfasis y claridad didáctica cuando sus bocinas liberaban los demonios de The Doors o las cuitas cantineras de Lucha Reyes. Todas estas lecciones órficas de ritmo y cadencia, armonía y tono, llegado el momento, las trasladaba a ciertos poemas que se sabía de memoria, por ejemplo, los sonetos de Hora de junio de Carlos Pellicer, “Lázaro” de Luis Cernuda o el comienzo de Platero y yo de Juan Ramón Jiménez que leía Guglielmo –aguantándose la risa Guglielmo–  con acento andaluz. Mientras decía cada uno de esos textos, sus manos parecían tocar un piano o un arpa, o a veces, simulaban dirigir una orquesta con la batuta de rigor en una ellas.

8. En 2012, el año del asesinato de Guillermo Fernández, sus amigos preparábamos su cumpleaños número ochenta, el 2 de octubre, una fecha que no olvidamos como tampoco la de aquel sábado 31 de marzo en la que ocurrió su crimen. Han pasado diez largo años de oprobiosa y cruel impunidad. ¿Seguiría con nosotros el poeta de La palabra a solas de haber remontado esa madrugada de espanto y violencia? En varias ocasiones, recuerdo, a sus invitados nos contó la muerte de Pier Paolo Pasolini, noticia que estremeció la vida pública no sólo de Italia sino de Europa y América; en una playa de Ostia, el cuerpo del famoso escritor y cineasta fue brutalmente atropellado –previo a una golpiza con una barra de hierro– por el Alfa Romeo de su propiedad conducido por un ragazzo de diecisiete años. Descarto absolutamente que por la cabeza de nuestro excepcional traductor de la lengua de Dante pasara una añoranza de una muerte parecida a la del poeta de Las cenizas de Gramsci. Demasiada literatura y exhibicionismo, En aquel 2012, Guillermo Fernández estaba lleno de planes, proyectos de gran alcance como la traducción de toda la poesía de Mario Luzi así como la continuidad de la bella colección “La canción de la Tierra” a su cargo que publicaba desde el 2000 con la Secretaría de Cultura del Estado de México. Con un poco de fortuna, amor, música, aire del Nevado de Toluca y sus caballitos de tequila blanco, nuestro querido y admirado Guillermo estaría aquí, puestísimo para soplar –como el lobo sobre la casa de los tres cerditos– las noventa velitas de su pastel de cumpleaños.

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