Emilio Sánchez Hidalgo - twitter

2022-09-03 12:08:17 By : Ms. Sunny Chen

A las dos de la tarde, todo arde cerca de Juan Carlos Soriano, de 54 años. “Hay herramientas que no puedes ni coger, se ponen a 50 grados y te abrasan las manos”, explica este empleado de la construcción de Madrid. El andamio, el asfalto, las paredes... Todo expide calor, pero nada como el pavimento con el que trabaja Eduardo Holguín (55 años), dedicado al mantenimiento de carreteras en la capital. “Estamos todo el día al sol, sin un lugar en el que cubrirnos. A la temperatura ambiente añádele los 160 grados a los que está el asfalto”. “De verdad, estar en el andamio con el casco es horroroso. Estás ahí, a 40 grados, con un trozo de plástico constantemente en la cabeza. Es insoportable, el infierno”, relata un albañil de Albacete que prefiere mantener el anonimato. Son tres de los 1,3 millones de trabajadores de la construcción de España, un oficio que exige un sacrificio no apto para cualquiera. “Es inhumano. He visto a personas abandonar al tercer día reconociendo que no aguantaban”, cuenta el trabajador albaceteño.

El estrés al que someten su cuerpo los trabajadores de la construcción a veces llega al límite. “He sufrido mareos por el calor y me he asustado. Una vez me tuve que meter en el coche y poner el aire acondicionado a tope porque notaba que me daba algo”, relata Francis García, de 39 años, que trabaja en Cáceres. “Se ve en la cara de los compañeros, que van decayendo con el paso de las horas. El otro día estaba con el rastrillo a pleno sol y noté un dolor de cabeza tremendo. Tuve que parar”. Soriano cree que la mayoría de sus compañeros no saben identificar los síntomas previos a un golpe de calor: “Es algo que deberían explicar constantemente las empresas, pero no se hace”. Jesús, un albañil malagueño que prefiere no revelar su apellido, bebe seis litros de agua durante su jornada. “Me los bebo porque los sudo”. Critica que en muchas obras no suministran agua fría, ni hay lugares en los que mantenerla fresca y tampoco espacios en los que descansar a la sombra. “Cuando hay fuentes a veces están lejísimos de donde estás trabajando y algunos responsables te llaman la atención si bajas cada cierto tiempo a beber agua. Tampoco hay suficiente rotación de puestos, es decir, que se vayan turnando las tareas de mayor exposición al calor”, añade Soriano.

El calor bajo el que desempeñan su trabajo empeora por una condición irrenunciable, las medidas de seguridad. “No es solo el casco. Son las botas, los pantalones largos... Es todo necesario y te acabas acostumbrado, pero te complica mucho el verano”, comenta Javier Delgado, de 40 años y de Córdoba. Estas medidas no evitan la peligrosidad del oficio: es el sector más arriesgado de entre los macrogrupos analizados por el Ministerio de Trabajo. En 2020 hubo 5.800 accidentes por cada 100.000 trabajadores, más que en el sector agrario (4.166), en la industria (4.004) o en servicios (1.828). “Cuando más accidentes se producen es después de comer. El cuerpo se aplatana, entre que haces la digestión y te asas de calor”, añade Delgado. Vicente Moreno, albaceteño de 55 años, insiste en la misma idea: “Con 40 grados después de almorzar te da un jamacuco”. Todos los trabajadores consultados creen que debería haber más inspecciones. En 2020 hubo 120 accidentes mortales en el sector de la construcción en España.

El miedo al efecto del calor es uno de los argumentos que esgrimen estos trabajadores para defender la jornada intensiva, es decir, terminar como tarde entre las dos y las tres de la tarde y empezar a primera hora de la mañana. En varias provincias españolas este derecho está protegido en el convenio colectivo de la construcción. Pero hay algunas, como Málaga, que no lo recogen. “Mi horario es de 8.00 a 18.00 con una hora para comer. Entre las 13.00 y las 17.00 te quieres morir, en un llano sin ningún sitio en el que resguardarte y una humedad que te asfixia. ¿Los empresarios se creen que a esto lo llaman la Costa del Sol porque está nublado? Las pasamos canutas”, critica Jesús, el albañil malagueño. “Estamos luchando para que la jornada intensiva deje de ser una recomendación y sea una obligación, pero no sé si lo vamos a conseguir”, añade el cordobés Jaime Moraño, de 37 años. Se dedica a instalar paneles fotovoltaicos, un sector al alza: “En mi empresa paramos en las horas de calor, pero conozco a compañeros que trabajan cuando el sol aprieta. El empresario te dice que cómo va a parar, con todo el trabajo que hay. Al final va a haber alguna desgracia”. El madrileño Holguín denuncia que las Administraciones públicas también ponen trabas a la jornada intensiva: “Intentan aprovechar el verano, cuando se vacían muchas ciudades, para ejecutar muchas obras. Les entran las prisas y nosotros lo sufrimos”.

El derecho a no trabajar en las horas centrales del día tampoco existe en el sector de la construcción en Albacete. “Hay empresarios que prefieren tener al trabajador asado por ganar un poco más, por mucho que sufra”, indica Javier Pérez (47 años), dedicado al asfaltado en la provincia castellanomanchega. Aunque en Madrid sí han conquistado la jornada intensiva, Holguín incide en la misma queja: “Si trabajas en una empresa grande con un comité fuerte estás protegido, pero muchos empleados son de subcontratas que no respetan nada. Ni la jornada intensiva, ni el convenio, ni nada. Tengo compañeros de subcontratas que cobran 5,6 euros la hora”. Con esa remuneración se llega a duras penas al salario mínimo.

“Las subcontratas son la ruina de este sector”, abunda Holguín. Soriano denuncia que habitualmente las obras de grandes constructoras apenas cuentan con personal propio: “Casi todos son de subcontratas en condiciones muy precarias. Cobran unos 40 euros al día, sin derecho a nada. Si te pones enfermo no cobras, si coges vacaciones tampoco. Hay sitios en los que te hacen firmar la liquidación antes de empezar”. El cacereño José Antonio Merino, de 48 años, recuerda la época del boom inmobiliario, “cuando algunos compañeros llegaron a cobrar 4.000 euros al mes”. “Eso fue un espejismo. Ahora es muy normal cobrar por horas, con condiciones bastante malas. Creo que las peores condiciones se dan en empresas pequeñas, donde el trabajador tiene miedo de quejarse. En las grandes empresas se suelen respetar los convenios, que deberían ser mejores”, apostilla Merino. Por ejemplo, en el de su provincia las tablas salariales especifican un salario anual de entre 17.398 euros brutos para un peón (1.038 netos mensuales) y 21.080 para un titulado superior (1.209 netos al mes). Según datos del Instituto Nacional de Estadística, las ganancias medias anuales en el sector de la construcción eran en 2020 de 23.104 euros anuales (último dato disponible), 2.000 euros menos que la media nacional.

La exigencia física de algunas de las tareas de la construcción y la escasa remuneración espanta a muchos aspirantes, según Holguín. “¿Para qué va a matarse un chaval joven poniendo ladrillos a 40 grados si puedes estar fresquito reponiendo un supermercado y ganar lo mismo o más?”, se pregunta. El 45% de las empresas del sector denuncian escasez de mano de obra, frente al 28% de la media nacional, según un informe del Banco de España. “No es que falten trabajadores, es que se van a sectores que compensan más. Que paguen mejor y que cuiden más al empleado y verás como sobra mano de obra”, finaliza García.

Este es el séptimo capítulo de la serie ‘Verano precario’, que ofrece testimonios de trabajadores en los sectores tensionados o especialmente duros durante julio y agosto. Si quieres compartir tu testimonio puedes hacerlo en el correo esanchezh@grupoprisa.com.

Redactor de Economía. Empezó su trayectoria en EL PAÍS en 2016 en Verne y se incorporó a Sociedad con el estallido del coronavirus, en 2020. Ha cubierto la erupción en La Palma y ha participado en la investigación de la pederastia en la Iglesia. Antes trabajó en la Cadena SER, en el diario AS y en medios locales de su ciudad, Alcalá de Henares.

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