LA HABANA, 6 DE DICIEMBRE DE 2021

Miguel Ángel Paz Chil es el presidente de la Cooperativa No Agrícola de Construcción, Andamios y Servicio de Armarios (Sancof) de Matanzas, una de las más grandes y eficientes del país.

Autor: Enrique Ubieta Gómez | internet@granma.cu

Lo conocí en la oficina del director del hospital Mario Muñoz Monroy, en la ciudad de Colón, en Matanzas. Finalizaba una reunión con la dirección del centro hospitalario en el que participaba el gobierno municipal, y un fabricante de pinturas autónomo (en proceso de convertirse en pyme). Acordaron pintar la fachada del edificio.

Miguel Ángel Paz Chil es presidente de la Cooperativa No Agrícola de Construcción, Andamios y Servicio de Armarios (Sancof) de Matanzas, una de las más grandes y eficientes del país. Quería hablar con él, pero tenía prisa y acordamos que nos veríamos cualquier otro día en la capital provincial. Y asi fue.

Mi intención era partir de ese encuentro fortuito para abordar la participación de la cooperativa, creada en 2013, a partir de una entidad estatal y solo 13 socios (hoy son 254, entre ingenieros, arquitectos, diseñadores, economistas, más todos los oficios vinculados a construcción), en la batalla contra COVID-19. Actualmente, la edad promedio de la cooperativa es de 43 años. Veintiséis de sus miembros son miembros del Partido y 11 de la UJC. Sus trabajadores tienen seis secciones sindicales.

Cuando pregunto por las ganancias mensuales que obtiene un socio por su trabajo -hay diferencias lógicas entre los que producen y los que no- las cifras que ofrece, sin ser pequeñas, están por debajo de lo que imaginaba. ¿Cómo evitar que sus socios prefieran el autoempleo y abandonen esta forma de producción socialista? “Las ventajas de estar en una cooperativa como esta -insiste- trascienden lo estrictamente monetario”. Y según las estadísticas, la seguridad laboral es alta.

Existe una reserva interna para atención a afiliados y una externa para programas sociales. “A todos los que se enfermaron se les mantuvo una garantía salarial”, explica, “incluso a los que se consideran de alto riesgo y no deben asistir al trabajo, o que fueron designados como contactos. Se distribuyen módulos de alimentación y se organizan ferias. Se crean reservas. Solo fue necesario precisar que este año se usaría de acuerdo a la pandemia, y eso fue aprobado por la asamblea.

«Patrocinamos el consejo popular de Ceiba Mocha, asumimos oficialmente la atención de dos clínicas, pero terminamos atendiéndolos a todos, porque no íbamos a diferenciar entre el médico de un centro de vacunación y el de otro. Gabriel, nuestro comunicador, estuvo a cargo de esta tarea durante 45 días. Él y el conductor terminaron enfermos. Pero hemos tenido una participación activa en hospitales, por ejemplo, en Faustino, que el año pasado tuvo un flujo inadecuado de pacientes y trabajadores. El hospital tuvo que ser renovado en menos de una semana, y en medio de la crisis, cuando se contaminó. Entramos y solucionamos ese problema. Luego nos llevó ampliar 80 capacidades en el EIDE, en los albergues primarios, para convertirlos en un centro de aislamiento que funcionaría como una extensión del hospital pediátrico, y lo hicimos en apenas cinco días.

Pero hay programas que son anteriores a la pandemia, y que COVID-19 ha redimensionado, como Donamos por tu vida, creado en 2016. Desde entonces sus socios han aportado 671 donaciones de sangre, y pretenden cerrar este año con otras 150.

Gabriel Torres Rodríguez, el comunicador, tiene 32 años. En cuanto al patrocinio del consejo popular de Ceiba Mocha, agrega: «Se le dio mantenimiento general al colegio básico básico donde se encontraban las vacunas asignadas, desde el punto de vista de la construcción y la pintura. El apadrinamiento no se limitaba al municipio, ya que existen comunidades de difícil acceso con personas con discapacidad física, que debían vacunarse en casa. La cooperativa garantizó la alimentación y el transporte, el traslado de la vacuna, muestras y pruebas rápidas, de medicamentos para personas con cáncer o tratamientos para la diabetes. El automóvil también funcionó como ambulancia, no solo para los casos de reacciones a la vacuna, sino también para otros más específicos, y para el traslado de médicos y personal de salud que vivían en lugares muy remotos.

En el camino de regreso, Miguel Ángel sugiere que pase por el edificio de 12 pisos, en cuyo piso superior está El Polinesio Matanzas, y no puedo contener la curiosidad. La cooperativa que dirige se hizo cargo de su nuevo diseño y completa la obra reconstructiva. La pandemia llegará a su fin, e incluso cuando comenzamos a vivir una normalidad nueva y diferente, me alegra ver que la ciudad se está preparando para ese día. Con suerte, creo, la calidad del servicio está al nivel del espacio creado. Desde lo alto me deleito con el paisaje de la ciudad y su bahía.

Al salir, me tropiezo con un extraño grupo de personas mezclando colores frente a una de sus paredes laterales. Entre ellos se encuentra el paisajista y escultor Jesús Alberto Mederos. El proyecto, concebido para los dos edificios de 12 plantas, impactará a los habitantes y visitantes de la ciudad, porque ambos están muy próximos, en diagonal, y se ven desde muy lejos. Ya el primero exhibe con orgullo la obra terminada: los colores de la bandera del 26 de julio con la estrella del Comandante en Jefe en el centro, y en las tierras bajas, paisajes rurales de la provincia.

En el segundo de los edificios, un poco más atrás, se desplegarán los colores y formas de la bandera cubana, y la estrella solitaria en el centro. Además, como en su antecesor, la obra se terminará con paisajes campestres.

Mederos está eufórico. Sabe que Matanzas se identificará, incluso desde el aire, por esas obras. Sabe que la ciudad necesita arte y compromiso. Que los demonios de la muerte serán derrotados, y luego tendremos escuelas y hospitales, restaurantes y entornos urbanos tocados por la magia del buen hacer y el arte. Miguel Ángel y Mederos, cada uno a su manera, son constructores de paz. Saben que la vida siempre triunfa a la larga.

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