Luis Ugalde: «Vivimos el fin de una manera de hacer política»

2022-10-08 23:19:33 By : Mr. Tony Wang

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Luis María Ugalde Olalde es teólogo e historiador jesuita nacido en 1938, en Vergara, Guipúzcoa, España. Fue rector de la Universidad Católica Andrés Bello entre 1990 y 2010. En 1997 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo y desde 2008 es individuo de número de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales de Venezuela. Se destacan entre sus libros El pensamiento teológico-político de Juan Germán Roscio (1992), El gomecismo y la política panamericana de Estados Unidos (2005) y Utopía política: entre la esperanza y la opresión (2010).

El padre Luis Ugalde es director de CERPE (Centro de Reflexión y de Planificación Educativa de los Jesuitas) con la responsabilidad de coordinar los equipos y comisiones de las diversas modalidades y niveles de la educación ignaciana en Venezuela.

También es delegado de Educación del Equipo Central de la Conferencia de Provinciales Jesuitas de América Latina (CPAL). La responsabilidad comprende las diversas actividades educativas de los jesuitas, como colegios (100), universidades (30) y Fe y Alegría con más de 1.000 centros.

Más bien, está empezando el fracaso de la izquierda. Estamos viviendo dos fracasos: el de la izquierda y el de la ultraderecha neoliberal. Es el fracaso de aquellos que sostienen que el mercado resuelve todo y que las políticas sociales están de más, el Chile neoliberal.

En cuanto a la izquierda, su fracaso está comenzando. En Perú llegó la izquierda y antes de los seis meses ya querían a Castillo fuera. Todo lo que la izquierda necesita para fracasar es asumir el poder. Cuando protestan piden todo y cuando llegan al gobierno no pueden cumplir lo prometido. Si toman medidas radicales, se va el capital. Si eso ocurre, decrece la producción, hay malestar y hasta allí llegaron.

Ante la falta de un centro-izquierda más activo se imponen los extremos. De nuevo, el caso de Chile. La socialdemocracia y la Democracia Cristiana gestionaron una transición muy buena que debió ser profundizada y se dejaron de lado matices muy importantes. La reforma de la Constitución no fue viable porque cada quien quiere hacer valer lo que aspira conseguir sin tener en cuenta si debe o no ir en el texto.

Antes de comenzar, se ve el fracaso. Ahora, Chile no tiene más remedio que llegar al centro de la sensatez. Una Constitución no puede ser de medio país contra el otro medio país. Se trata de sumar, de convivir.

Vamos a Colombia. Antes de ganar, Petro empezó a medir sus palabras. De lo contrario, no duraría seis meses. En contra de lo que dicen los más pesimista, veo que Petro anda con pies de plomo. Ha puesto un ministro de Exteriores del partido Conservador; el de Hacienda es el hombre de más prestigio en Economía, que vive en Estados Unidos y al cual personalmente conozco, y era del equipo adversario en las elecciones.

Cualquiera que sea inteligente sabe que no le reporta nada arrimarse a Venezuela. Lo dijo Petro en la campaña, “no tengo nada que ver con eso”. Montarse en el tren de Venezuela es firmar el fracaso de antemano. Lo saben todos. El de Perú, lo mismo. México y Argentina están en serios problemas.

Lula en Brasil tiene probabilidades altas de volver, pero no el Lula que fue. Por eso ha hecho alianzas con la centro-derecha y está convocando acuerdos nacionales. En Venezuela igual. Imaginemos que mañana, por la razón que sea, desaparece este gobierno, no será uno de derecha el que lo va a sustituir. Si no hay capacidad para hacer un gobierno de centro-izquierda, será difícil avanzar. Aunque izquierda y derecha sean palabras que no sirven para nada. Tampoco se puede aceptar que el mercado lo resuelve todo. Si se llega al gobierno, hay que recuperar de inmediato el sistema de salud pública, los servicios básicos, agua, luz y otros, que no dependen de la derecha ni de la izquierda. Son políticas públicas a fondo.

Vivimos el fin de una época, de una manera de hacer política. En Chile, con todas las manifestaciones y el debate, las grandes figuras de la socialdemocracia y la democracia cristiana ni sumaron ni restaron. Simplemente no aparecen. Lo mismo en Venezuela. Aquí hubo un gran partido demócrata cristiano, ¿dónde está? Y no solo ocurre en América Latina. Francia tuvo un gran partido comunista y otros de derecha. Se acabaron. Sobrevive Alemania. Estamos cambiando la manera de entender la política. Los partidos Acción Democrática, Copei, el Partido Comunista tenían formación de cuadros, se preparaban para la política y estudiaba a fondo lo que se haría por el país.

Cuando no hay eso, solo queda la política convertida en psicología de supermercado. Allí me dan lo que quiero sin esforzarme. En política, eso implica el fin del país. No se tiene lo que no produce. Si no hay preparación para producir es inútil que me prepare para demandar.

A mí no me preocupa que gane un partido comunista. Me alarma lo que hacen una vez en el poder para no dejarlo. Lo primero que cambian es el artículo de la Constitución que impide la reelección inmediata. En todo país donde el comunismo o sus primos hermanos llegan al poder, se apresuran a tomar las medidas necesarias para perpetuarse en el poder. Lo hacen pronto. Saben que a la vuelta de unos años el desprestigio los devora. Las expectativas de la gente y la falta de educación política hacen que pueblos aspiren a recibir lo que esos gobiernos no les pueden dar. Sean de derecha, de izquierda o como se les prefiera llamar.

No hay que ser ingenuos con los partidos que pretenden cambiar las reglas de juego. Nada más llegan, su propósito es convertir la democracia en una dictadura. Es el ADN de la izquierda marxista que considera que la democracia es dictadura ejercida por el Estado. Dictadura del proletariado, dictadura en su estado natural. Marx define el Estado como un instrumento de dominio, no como gestor del bien común como lo considera la Doctrina Social de la Iglesia. Lo conciben como un instrumento de un grupo social para oprimir al otro. Está muy claro en Marx.

Por supuesto, en las campañas electorales ese tipo de izquierda no ventilará la dictadura del proletariado, el fin de la propiedad privada, la expropiación de empresas ni el cierre de medios de comunicación. Dirán otra cosa, no abundarán en detalles, pero sí en promesas de igualdad, justicia social y reparto justo de las riquezas.  

El gran peligro es que, por falta de educación ciudadana, la política no sea ejercida como tarea, como esfuerzo, sino como mera demanda. Pedir abre el campo a los mesías, lo peor que puede pasar. Nos pasó en Venezuela.

No sólo Latinoamérica. Mire a Estados Unidos, que políticamente esta peor que América Latina. Hay economía, nivel de vida, seguridades, pero políticamente es una vergüenza absoluta. En Europa no es muy distinto, pero como en las viejas cortes, se mantienen las formas.

Insisto, presenciamos el agotamiento de una manera de entender y hacer la política. La solución verbal podría ser una repolitización, una nueva conciencia ciudadana. La ciudadanía debe asumir la responsabilidad pública como propia. Otra vez, no se trata de ir al supermercado a que me donen lo que pida.

Tengo la impresión de que el poder político se debilita y entrega a sus países en manos del poder económico transnacional. El régimen venezolano ha perseguido duramente al capital, pero ahora llama ansioso a los inversores para que regresen. ¿Quién les va a creer? En las cabezas de los inversionistas resuena el reiterado “¡exprópiese!”.

Hay garantías que son necesarias y absolutamente razonables, pero preocupa cuando el capital financiero acumula poder político por encima del poder de los Estados y no respeta reglas de juego. Por eso necesitamos una conciencia democrática y, al mismo tiempo, que el capital observe la ética de contribuir al desarrollo de los países y los pueblos. En Venezuela, para recuperar la industria petrolera necesitamos miles de millones de dólares, y tantos o más para recuperar la agricultura, los servicios y la educación. ¿Alguien ayudará en eso?

Insisto que miremos el mundo entero. La moral desaparece de lo público, con el agravante de que lo público es una escuela y si en la escuela no hay moral, ni deber ser. Nadie siembra la moral en las conciencias y se desaparece la frontera entre lo que está bien y lo que está mal. La ética se ausenta de todos los órdenes de la vida.

Es más serio que un nuevo orden de cosas dirigido a modelar otra humanidad. Se trata del oxígeno que respiramos. Es amoral. Un nuevo orden, como la palabra lo dice, implicaría una organización, pero se trata de otra cosa, de un relativismo salvaje que desdibuja a la humanidad que, por definición, se distingue por reconocer y organizarse en función del deber ser. Para se crea el Estado, establece normas de convivencia, jerarquiza las instituciones. El instinto no basta. Con ello la humanidad iría directo al suicidio. La humanidad se afinca en unos valores y allí entra Dios. ¿Si el valor supremo no es el amor, por qué no va a ser el odio? Es el imperio del individualismo más egoísta.

Las grandes instituciones religiosas van perdiendo significación. ¿Inglaterra es un país anglicano? Si, pero no es. ¿España es un país católico? Si, pero no es. Al mismo tiempo, van apareciendo y fortaleciéndose grupos religiosos muy auténticos, exiguas minorías que viven un catolicismo no cultural –está en la escuela y en la familia– sino muy vivencial. Viven valores fundamentales que han sido expulsados de la sociedad. Son un semillero.

Sin valores es difícil. Pienso que el cambio es mayor de lo que se puede pensar. Hay una atmósfera general. Algo muy grave. No es China o Rusia, que ha intuido algunas cosas y se aferra al zar y a la Iglesia Ortodoxa, a la cristiandad rusa. En Europa nadie se atrevería hoy a proponer volver al régimen de cristiandad y tampoco es la solución. No es algo religioso. Es más que eso.

Si en las escuelas, los sistemas de enseñanza no cultivan el amor al prójimo, lo que vamos a obtener es un montón de “yos”, gente egoísta que vivirá como quiera sin importarle la sociedad. No será gente que arrime el hombro a un proyecto común que llamamos nación. Hay un problema muy serio. Apenas un porcentaje mínimo de la población aprovechará la experiencia para replantearse sus valores y redescubrir el valor de la solidaridad y del amor.

El que va a un retiro espiritual y sale motivado a ser diferente es apenas un 1% de la población. Antes, educaban a las personas en sus respectivas religiones. Ahora no. Es verdad que hay que volver al humanismo, pero es imposible si no hay valores trascendentales que den un sentido a la vida. No basta con el instinto de conservación.

En España, por ejemplo, no solo no eres religioso, sino que además debes manifestar aversión a lo religioso. Menos en Inglaterra o Francia, pero en España se nota la agresividad. En el seno de las familias igual. Está ocurriendo y es un clima general. Es un problema demasiado grande que apunta a la opción voluntaria, no a una planificación determinada para revertir el proceso. El cambio no es a 20 o 30 años, sino de siglos. No es un asunto voluntarista, sino de pequeños grupos que sean levadura. Es el mundo en que estamos. No es nada optimista, pero real.

No es lo mismo el que tuvo que migrar a edad adulta, que no perderá su identidad por estar en otro lugar, que el que se va joven. Si el problema que los obligó a emigrar termina en pocos años, probablemente volverán. Pero si se alarga, no sabe uno cuánto de la identidad venezolana se puede transmitir a unos hijos que están en un ambiente y una socialización muy distinta. Se puede especular y manifestar buenos deseos, pero es extremadamente difícil. Puede ser ganancia el que los venezolanos estén en casi todos los países del mundo, manteniendo su identidad venezolana. Colombia, sin el aluvión de expulsados que tenemos nosotros, tiene presencia en todas partes, pero van y vienen.

Eso es lo peor que tiene Venezuela en este momento. Si partimos de la base de que esto es un desastre, será doblemente difícil superarlo si no hay esperanza en que nuestra realidad es transformable. Veríamos todo esfuerzo como inútil.

La fuerza para transformar un país viene de la esperanza, pero no debe confundirse con el optimismo. La esperanza brutalmente cruda y realista, sin maquillajes. Hay que tener claro lo mal que estamos y construir una opción. Es como el médico que dice: «Esto es grave, es necesario operar, pero hay solución». Ahí comenzamos a pisar terreno seguro. Nuestra situación es desesperante, pero si cada persona reconoce sus potencialidades y las pone en acción, se construye esperanza, convivencia y democracia.

Mi impresión es que los regímenes autoritarios pretenden, ante todo, controlar íntegramente los procesos educativos. Que los centros se conviertan en lugares de adoctrinamiento para que imponga una única solución: el gobierno, el Estado. Ese tratamiento, que fue el de Lenin y el de la Cuba castrista, va dirigido a que no quede un solo ciudadano que no comulgue con el régimen. La finalidad de la educación es crear fieles al régimen.

Con ese propósito, en Venezuela, la más alta dosis de incompetencia la exhiben en la educación. No aceptan que van a empeorar la educación, su fijación mecánica es imponer la suya que consideran la verdadera. El propósito de adoctrinar va contra la naturaleza humana.

En la Alemania comunista pasaron años de controles férreos, pero tumbaron el muro de Berlín. En Cuba protestan los jóvenes que nacieron bajo el régimen fidelista, sin conocer otra cosa. Ya no aguantan más. De hecho, el porcentaje de salidas de Cuba es más alto que en todos los años anteriores. El régimen deja ir ahora al que quiere –incluso exilia– porque disminuye la presión a la olla.

En política tenemos tres principios: la dignidad de la persona humana, la subsidiariedad y la solidaridad. Ninguno de los tres se puede ceder. Todos tenemos una dignidad, ninguno es mero instrumento del otro, lo cual es fundamental. No se le puede permitir a ningún régimen ignorarlo o violarlo.

La solidaridad va con el liberalismo, pues la sociedad no es una yuxtaposición de “yos”. Vivimos 30 millones de “yos” en Venezuela, cada uno es autosuficiente y resulta que no existe el yo sin el nos-otros. Nadie se desarrolla como persona humana sin los otros. Nacemos de otros y debemos integrarnos al nosotros que significa afirmar al otro.

Nuestra religión enseña que el otro debe ser amado como a ti mismo y allí está el nosotros. De allí surge la solidaridad. No somos millones de “yos”, que un día nos queremos y otro nos odiamos. No existes tú sin nosotros. Es un hecho y también un deber ser. Es como la familia o los amigos, un nos-otros. Así debemos ser, un nosotros. Significa que uno se afirma afirmando a los otros y afirmar a los otros es afirmarte a ti.

Ni la palabra la suelen entender personas muy cristianas, pero ese principio es importantísimo. La prédica marxista es que la sociedad se divide entre fuertes y débiles, y el más fuerte se apropia del Estado para imponer su voluntad sobre el resto. Se supone que se trata del Estado burgués, pero ocurre que el estado marxista es igual, porque el Estado –como hemos recordado– es solo una herramienta para someter y dominar.

El objetivo es eliminar la propiedad privada, los medios de producción y, cuando no existan clases sociales, el Estado se extingue. Esa es la teoría, pero no se extinguió en ninguna parte. Una vez que se llega al poder, el poder pide más poder. Eso no lo vio Marx, como muchas otras cosas. Su catecismo es imperfecto.

El principio de subsidiariedad plantea que el poder superior o mayor no debe aplastar al otro, sino potenciar de tal manera que el subsidio sea innecesario. Es muy distinto defender el Estado del bien común, que implica la aparición de cuerpos intermedios, de una sociedad viva. El dictador necesita un pueblo que diga amén a todo, como le dijeron a Stalin, Lenin, Mao, Fidel, Pol Pot, Kim Il-sung. La subsidiaridad, al contrario, establece que quien tiene más poder debe potenciar al que tiene menos. La Doctrina Social de la Iglesia defiende los cuerpos intermedios que hacen posible el fortalecimiento de la sociedad. Una sociedad articulada, no montones de hormigas.

A nivel internacional, debe ser igual. Las potencias no deben dominar y extraer riquezas de los países que las tengan sin preocuparse por la situación de sus pueblos. Es la historia de la humanidad, el grande devora al pequeño. La idea es ayudar, contribuir a potenciar las capacidades de cada país y a su pleno desarrollo, sin que signifique dependencia. Todo lo que se haga a partir de estos principios es obligante para los católicos en política. Todo lo que se oponga a ellos y genere injusticia o servidumbre, no es lícito. Eso es humanismo.

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