Medios que polarizan - La Razón | Noticias de Bolivia y el Mundo

2022-08-20 15:45:25 By : Ms. FU XI

Saturday 20 Aug 2022 | Actualizado a 01:34 AM

Saturday 20 Aug 2022 | Actualizado a 01:34 AM

Por José Luis Exeni Rodríguez

La Paz / 2 de abril de 2022 / 23:39

Si hubiese que poner un titular tendríamos algo así: “Los medios, desde sus intereses, promueven el enfrentamiento”. Y entonces, para mayor sugestión, se podría preguntar, a lo Vargas Llosa: ¿En qué momento se jodieron los medios? Claro que decir “los medios” es una generalidad (como decir “los partidos”). ¿Cuáles medios? ¿Qué intereses representan? ¿Con qué agenda? ¿Cuán jodidos están? A reserva del debate, veamos algunas percepciones sobre el campo mediático.

El último estudio cualitativo Delphi de la Fundación Friedrich Ebert (FES Bolivia), con datos de marzo, incluyó por primera vez una sección con algunas preguntas sobre medios de comunicación. El resultado es muy crítico para la credibilidad y el desempeño del campo mediático en el país. Debiera preocuparnos como sociedad. Y tendría que provocar, lo menos, alguna reflexión y autoexamen en el gremio periodístico, tan dado a mirarse/acariciarse el ombligo.

¿Qué dice el informe Delphi a partir de las percepciones de un grupo selecto y plural de actores políticos, analistas, periodistas y especialistas en diferentes ámbitos? Hay cuatro mensajes. El primero es que la sensación de confianza en los medios es de regular a muy baja. El segundo es que los medios informan en función a su propia agenda e intereses (71,6%) o, directamente, manipulan la información (16,4%). Solo un insignificante 3,5% cree que los medios informan con veracidad. Tremendo.

Tercer mensaje crítico: el 83% de las personas consultadas responde que los medios promueven enfrentamientos y conflictos en el país. Otros estudios ya mostraron que diferentes medios de comunicación están polarizados/alineados y, desde esa condición, polarizan. Por último, hay la percepción mayoritaria (85%) de que algunos medios se desempeñan como si fuesen actores políticos. Se sitúan como operadores mediáticos con trinchera, habrá que decir.

Estas percepciones, aunque atenuadas, están presentes también en la opinión pública. Una encuesta nacional realizada en noviembre pasado por la FES y Naciones Unidas muestra que, en general, se percibe que los medios manipulan la información, tienden a empeorar el conflicto, y algunos actúan como oposición política. Es evidente que estamos en una fase agravada de lo que fue identificado hace tiempo como “crisis de representación mediática” (Rocha).

Las consecuencias son evidentes. El campo mediático no está contribuyendo al diálogo plural y la participación informada en democracia. Peor todavía: degrada la conversación pública. Y, con respetables excepciones y valiosos esfuerzos de ejercicio del oficio, continúa jodiéndose. Que el debate en el gremio desplace al silencio.

1. Ni mestizo-aymara ni mestizo-europeo (sic). Aunque nací en la hoyada, de familia tarijeña, me gusta declararme chaqueño en ejercicio. Es más bien una querencia que un rasgo de identidad. 2. Que recuerde, no he sido discriminado por mi color de piel, ni por mi apellido (de origen sirio). En mi niñez resultaban curiosas mis geografías: en La Paz era cha-paco; en Tarija, colla. 3. No me considero perteneciente a ninguna nación o pueblo indígena. Claro que en mi otra vida soñaba con ser mataco, habitar a orillas del Pilcomayo y dedicarme a la pesca de sábalo. 4. Siempre he vivido en la ciudad, pero reivindico con alegría mi origen provinciano: padre entrerriano, madre sanlorenceña. 5. Si me preguntaran, creo que diría: “mestizo”. Sin olvidar que esta categoría encubre grandes diferencias coloniales y raciales. Y es “la guarida de la Bolivia que no quiere admitir su lado indio” (Mamani Magne dixit). 6. Plurinacional-popular, eso me identifica. 7. Suscribo las palabras de Boaventura: “Tenemos derecho a ser iguales cuando la diferencia nos inferioriza y derecho a ser diferentes cuando la igualdad nos descaracteriza”.

José Luis Exeni Rodríguez es politólogo.

Por José Luis Exeni Rodríguez

La Paz / 7 de agosto de 2022 / 00:53

En un reciente diálogo sobre “tipos de democracia”, en el ámbito de la Cátedra Nelson Mandela (impulsada por el Rectorado de la UMSA), un participante me preguntó si actualmente en Bolivia teníamos “una verdadera democracia”. A reserva de las implicaciones del adjetivo verdadera, recurrí a la idea de “Estado con huecos”, planteada en el Informe Nacional de Desarrollo Humano 2007, para decir que nuestra democracia no solo tiene déficits, sino también huecos.

¿Qué significa una democracia con huecos? ¿Cuáles son esos vacíos democráticos? ¿En qué lugares la democracia no llega, no es reconocida, se ignora/desprecia? Creo que el hueco fundamental es seguir hablando de la democracia (liberal-representativa), en tanto modelo único y hegemónico al cual llegar o parecerse, sin asumir que nuestra construcción es demodiversa, esto es, asentada en diferentes concepciones, saberes y prácticas democráticas en interacción y en disputa.

Sin duda, es un avance sustantivo haber adoptado el horizonte, todavía esquivo, de una democracia intercultural paritaria. Tuvieron que pasar 184 años de vida republicana, nada menos, para que la Constitución reconozca que hay democracias más allá del gobierno representativo. Ni qué decir de la igualdad sustantiva entre mujeres y hombres. Pero no basta reconocer diferentes formas de democracia con paridad de género. El desafío es garantizar su ejercicio complementario con igual jerarquía.

Es ahí, en el (no)ejercicio, donde habitan los huecos. Señalo algunos. Nuestra democratización no será plena con monopolio de la representación política nacional por parte de los partidos, poco democráticos ellos mismos. Pero el hueco abominable, más allá de la lejanía del voto informado, es desconocer por anticipado el resultado de una elección: esos grupos de “activistas” de rodillas en los cuarteles, Biblia/cruz en mano, pidiendo una junta cívicomilitar, esto es, un golpe de Estado.

En la democracia directa y participativa hay huecos cuando no se respeta el carácter vinculante y de cumplimiento obligatorio del referéndum, o cuando la legislación inviabiliza el ejercicio de derechos como la revocatoria de mandato, o se establece que la consulta previa es solo consultiva. Y tenemos huecos en la democracia comunitaria por violencia de escala, pretendiendo confinarla al ámbito local. O cuando se imponen tantas barreras al proceso de autogobierno indígena.

El inventario de huecos puede ser extenso. No con apego a ningún modelo ideal o “verdadero” de democracia(s), sino en torno al horizonte democrático intercultural y paritario que aún no terminamos de asumir como condición necesaria del Estado Plurinacional con autonomías, esa buena idea.

1. Como toda obra de manual, el guion es previsible, además de flojo: si no hacen lo que exigimos, en la fecha que decimos, lo haremos nosotros. 2. El guion arranca siempre con una falacia: “ante la negativa del Gobierno de hacer un censo…” Y sobre esa base se lanza el desafío: “Santa Cruz (la Gobernación) levantará sus propios datos estadísticos”. 3. Hasta aquí todo bien. Siendo el censo competencia privativa del nivel central del Estado, parece razonable que las entidades territoriales autónomas cuenten con información relevante para conocerse y definir sus políticas públicas. 4. Lo lamentable es que las “estadísticas propias”, que pueden ser útiles, surjan no por convicción, sino con carácter reactivo. 5. Y el problema de fondo —volvemos al guion— es que como los datos del Gobernador no necesariamente coincidirán con los del Censo Nacional, pena por el Censo. 6. En lugar de asumir las limitaciones y errores de un levantamiento estadístico, el relato dirá que el Censo estuvo “mal hecho”. 7. O peor, como anticipa algún grupo autoritario: “hubo fraude demográfico” (sic). La consigna monumental, ya se sabe, viene escrita en el guion.

José Luis Exeni Rodríguez es politólogo.

Por José Luis Exeni Rodríguez

La Paz / 24 de julio de 2022 / 00:33

Hay abundante literatura, estudios de caso, análisis comparados y ensayos críticos acerca de la relación entre medios de comunicación y democracia. Esta relación, tan compleja como intensa, encuentra visiones mediófilas, que destacan la contribución de los medios, y visiones mediófobas, que cuestionan su desempeño. En ese arco se sitúan los debates sobre libertad de expresión y derecho a la información. Lo que está menos examinado, y es de gravedad, son las cloacas mediáticas.

¿A qué me refiero con cloacas mediáticas? A ciertas operaciones “informativas” cuidadosamente montadas y difundidas en algunos medios en clave de inmundicia; lejos de lo que, con claroscuros, hace el oficio periodístico. Y es que una cosa es actuar con arreglo a intereses, tomar posición política en la agenda mediática, incluso (des)informar lejos de principios éticos; y otra distinta es fabricar/falsear datos, fuentes, hechos, “evidencias” y hacerlos pasar como noticia.

El caso más escandaloso de cloaca mediática se reveló hace poco en España, donde un consorcio mafioso de comisarios, jueces, políticos y “periodistas” inventó y promovió activamente un bulo con el fin expreso de dañar a Podemos e interferir en las preferencias electorales. No sorprende tanto que los aparatos de seguridad inventen delitos (en este caso una inexistente cuenta ilegal de Pablo Iglesias), sino que haya medios que los difundan como “presunta verdad” (sic).

En cuanto al desempeño de las cloacas, hacen ruido la sencillez, el cinismo y la impunidad. Audios ahora revelados demuestran que el conocido presentador de televisión Antonio García Ferreras difundió una noticia falsa a sabiendas de que era impresentable. Sus palabras quedan para la historia de la infamia mediática: “yo voy con ello, pero es demasiado burdo”. Operó también un oscuro personaje de extrema derecha: Eduardo Inda, que se hace pasar por periodista. Hoy ninguno siquiera se sonroja.

Las cloacas mediáticas llegaron a Bolivia en 2019 de la mano de Inda y su Ok Diario. Inda mandó un operador de la peor calaña, Alejandro Entrambasaguas, cuya misión era hacer el trabajo sucio acordado con el exministro Murillo, su protector. El guion es el mismo: el tipo accedía a “informes de la Policía” y lanzaba la inmundicia. Lo deplorable fue verlo desfilar alegremente en varios medios promoviendo sus “presunciones”. Un mediocre fundador de la ANP hasta propuso darle un premio especial.

Más allá de los casos y sus efectos de patas cortas, las cloacas producen un daño irreparable en el campo mediático y, claro, lastiman la democracia. Es imprescindible ponerles un cordón sanitario a los Entrambasaguas y sus inaceptables mugres.

1. El razonamiento parece impecable, pero es por demás insolente: “el que no quiere ir, que no vaya; no es obligatorio ir a la verbena”. 2. Así respondió el Alcalde paceño ante la solicitud del sector salud de suspender actos masivos por el alto nivel de contagios COVID en la quinta ola. Festejo obliga. 3. Y claro: si no quieres ir (ergo: evitar el riesgo de contagio), quédate en tu casa. Calladito mejor. 4. Es la misma respuesta que suele provenir de la telebasura: “si no te gusta la programación, apaga el televisor, quema el control remoto”. Fácil, es una cuestión de libre albedrío. 5. O peor, como alegan algunos hombrecitos: si no quieres que te violen, no salgas sola de noche. Qué tal. 6. Y así en varias cuestiones (comida, por ejemplo: si supones que es veneno, no comas), con el argumento del “nadie te obliga”. 7. ¿No será mejor invertir la lógica? Si hay elevado riesgo de contagio, limitemos actos masivos. Si hay demasiada telebasura, mejoremos la programación. Etcétera. Es una cuestión de principios, reglas de convivencia y responsabilidad colectiva.

José Luis Exeni Rodríguez es politólogo.

Por José Luis Exeni Rodríguez

La Paz / 10 de julio de 2022 / 00:58

Una de las pesadas herencias de la coyuntura crítica de 2019 es la persistente polarización en el país. No es que la polarización haya llegado hace tres años: siempre estuvo ahí, como expresión de tensiones irresueltas de la historia larga. Pero ahora pareciera tener otra esencia. Hemos ido discutiendo al respecto este tiempo: ¿hay polarización?, ¿entre quiénes?, ¿en qué cuestiones?, ¿quiénes la alientan?, ¿qué intereses beneficia? En fin: ¿se puede superar?, ¿cómo? `

Un avance en el debate fue caracterizar la polarización, ponerle apellido. Por eso hoy hablamos de polarización política y discursiva. En principio, no existen dos polos en disputa acerca del horizonte de país. La agenda vigente tiene como núcleo el proceso (pos)constituyente. Más allá de relatos y ruidos, no hay alternativa que plantee, por ejemplo, borrar la plurinacionalidad o el lugar central del Estado. La polarización se nutre de tensiones, pero no es programática.

Otro aspecto tiene que ver con la durabilidad. La polarización no es pasajera, ni transitoria, o solo de coyuntura: llegó para quedarse. Si esto es así, la pregunta no es qué hacer para “superar” la polarización, sino cómo darle orden. O mejor: ¿cómo gestionar la polarización por cauces democráticos, tanto institucionales como en la política en las calles? ¿Cómo evitar que la polarización se convierta en fractura? Para ello será fundamental, como premisa, salir de la querella pro versus anti.

¿Quiénes están polarizados? ¿La polarización habita solamente en los actores políticos, sus operadores mediáticos, las redes sociodigitales, los “activistas” y “autoconvocados”? ¿O está instalada, también, de forma extendida, en la sociedad? Quisiéramos creer que la polarización es cosa de políticos, medios y guerreros de uno y otro lado. Pero la forma horrible en la que se manifestó durante la crisis dejó huellas en la colectividad, con quiebres incluso en las familias.

Por último, si la polarización política y discursiva es duradera y está extendida, es evidente que algunos la sostienen para beneficio propio. Ahí están, en primera línea, los actores políticos. Y varios medios de comunicación, que se han polarizado y polarizan. Y otros operadores de la sociedad (in)civil que atizan el conflicto. La buena noticia es que la polarización tiene límites y es cada vez menos rentable. Hay señales de hastío y agotamiento. Quien no polariza, gana.

Dicho esto, mantengo la sensación de que, en la coyuntura crítica de 2019, a diferencia de otras como la de 2008, se quebró algo en nuestra convivencia democrática. Es una fisura que no llegó a romper el hueso social, pero provocó mucho daño. Y no será cicatriz, sino herida abierta.

1. Las recientes declaraciones de actores políticos sobre su participación en la crisis de 2019 me recordó, salvando abismos, una linda/radical canción de Sabina: Lo niego todo. 2. La negación de Sabina es existencial (“ni he quemado mis naves / ni sé pedir perdón”); la de los políticos, en cambio, (auto)exculpatoria. 3. Como en la caricatura del gran Al-azar: “¿Qué sabe sobre el ratón de 2019?”, preguntan al gato. “Yo no sé nada”, responde con la cola del ratón saliendo por su boca. 4. Ahí está, por ejemplo, por confesión propia, el agente de viajes de Evo (sic): “El avión mexicano estaba en Perú, no ingresaba, yo hablo con la gente de la Fuerza Aérea, les digo que den el permiso”. Qué tal. 5. Antes, el día de la autoproclamación, el señor pidió disculpas a los suyos por haber hecho “gestiones con la Fuerza Aérea para que el tirano salga de Bolivia”. 6. Ahora lo niega todo: falso, cuál permiso, ninguna gestión, me facilitaron el teléfono, solo hablé con un oficial de quien apenas conocí su voz. 7. Ante negacionistas amnésicos, nada mejor que escuchar a Joaquín: “Lo niego todo, incluso la verdad”.

José Luis Exeni Rodríguez es politólogo.

Por José Luis Exeni Rodríguez

La Paz / 26 de junio de 2022 / 03:01

La muy esperada y celebrada victoria electoral de Gustavo Petro y Francia Márquez el domingo pasado en Colombia fue una suerte de revancha, digamos un segundo tiempo. No respecto a las elecciones presidenciales de 2018, que Petro perdió en segunda vuelta ante Iván Duque, esa marioneta impresentable del uribismo. Fue una revancha respecto al plebiscito sobre los acuerdos de paz, en octubre de 2016, cuando por menos de 54.000 votos se impuso el No.

El resultado del plebiscito de 2016 fue una gran sorpresa. No solo porque todas las encuestas anticipaban un cómodo triunfo del Sí ratificatorio de los acuerdos de paz, sino por algo en principio incomprensible. ¿Cómo es posible que después de medio siglo de guerra, con más de 220.000 muertos, la sociedad colombiana rechazara unos acuerdos, difícilmente logrados, para poner fin a esa guerra? Estuve ese 2 de octubre en Bogotá y la sensación de desazón fue enorme.

Cuesta entender que solo el 37% de los votantes haya ido a las urnas para decidir sobre un tema de semejante trascendencia (a la mayoría le sobró indiferencia). Y cuesta entender que, de quienes participaron, el 50,21% haya optado por el No. Hay debate sobre las razones de este resultado. Me quedo con las palabras del escritor Juan Gabriel Vásquez: “El plebiscito se convirtió en el símbolo de nuestras fracturas, nuestras supersticiones, nuestros resentimientos y nuestros odios”.

El pasado domingo tuve el gusto de acompañar las elecciones. Cuando se inició el preconteo, la sensación de incertidumbre era predominante. La pregunta incómoda estaba instalada en las conversaciones desde días antes: ¿será posible que gane Rodolfo Hernández, ese raro candidato de la barbarie, tras el cual se alinearon todas las fuerzas de la mentira y la violencia? ¿O habrá llegado finalmente en Colombia, como ocurrió, el tiempo de un gobierno de izquierda y progresista, de los “nadies”?

Celebro la victoria de Petro y Francia por las luchas, la inclusión, las dignidades y el cambio que representan. La esperanza le ganó al miedo. Entiendo que el Pacto Histórico no habría sido posible sin los acuerdos de paz. Y en este segundo tiempo, la revancha en las urnas, venció el Sí. Claro que el camino está lejos de ser expedito: ya están en curso las resistencias a la apuesta de paz con justicia social y ambiental. Lo más difícil será curar heridas (reconciliarse) y cerrar brechas (lograr igualdad).

Hay otro segundo tiempo en el que la contribución de Petro y Francia puede ser fundamental. Es el actual vuelco a la izquierda en la región, con nuevos rostros y renovada agenda respecto al claroscuro ciclo del socialismo del siglo XXI. Andamios, andamos.

1. La Unión Juvenil Cruceñista no deja de superarse. Esta vez se metió, nada menos, con “la naturaleza del ser humano” (sic). 2. El objeto de (re)acción de los unionistas fue la muestra Arte y cultura LGBTIQ+ y feminismos diversos en Santa Cruz, organizada en el Museo Altillo Beni. El solo nombre les provocó ira y comezón en iguales dosis. 3. Más allá de su irrisorio resguardo del escudo nacional, la UJC defiende ahora la naturaleza de nuestro cuerpo a fin de darle “el uso correspondiente a cada parte de este” (recontra sic). 4. Ahora imaginen lo que hacen los matones unionistas con cada parte de su cuerpo. Es de terror. No habría muestra que pueda con tanta “imagen libidinosa”. 5. Pero la UJC no está sola. Vecinos del Casco Viejo cruceño forzaron, bajo amenaza de hoguera, el retiro de banderas LGBTIQ+ de la fachada del museo. 6. Otros fueron más lejos e irrumpieron con insultos en la muestra destruyendo una obra. Hay que cuidar a la familia. Y respetar la voluntad de Dios. 7. Si así es la “reserva moral” de los cruceños, ¿cómo será la reserva inmoral? Pobre reserva, pobre moralidad, pobres cruceños.

José Luis Exeni Rodríguez es politólogo.

Por José Luis Exeni Rodríguez

La Paz / 12 de junio de 2022 / 00:54

Declara el tango, con fiebre por volver, que en el soplo de la vida “veinte años no es nada”. Tiene razón. ¿Y qué son 40 años en el tiempo político y sus andamios institucionales? Eso depende. ¿40 años comparados con qué? ¿Con el pasado, el porvenir? Cuentan también el itinerario, las escalas, los resultados. Como sea, en octubre de este año celebraremos en Bolivia “40 años de democracia sin interrupciones”. Pero hay debate sobre los 40, la democracia y las interrupciones.

Más que democracia como producto, se trata en rigor de proceso de democratización. Después de 157 años de vida republicana con formalidad de régimen representativo, pero sin voto universal y/o ausencia de pluralismo político (entre “cuartelazos y golpes de Estado”), en 1982 estrenamos un gobierno (“el hambre no espera, todos a San Francisco”) cuya fuente de legitimidad fueron las urnas. Se trató de una transición de naturaleza pactada y retroactiva (Congreso del 80).

Tampoco corresponde hoy hablar de (la) democracia, sino de democracias (en plural). Más todavía: de un horizonte democrático intercultural y paritario. ¿40 años de cuál democracia? ¿La liberal-representativa, la electoral? Porque si hablamos de democracia directa y participativa, la temporalidad es menor (desde la reforma constitucional de 2004). Y ni qué decir de la democracia comunitaria que, si bien tiene existencia precolonial, fue reconocida recién hace 13 años.

¿Son 40 años? ¿Sin interrupciones desde la transición? Para el oficialismo, en octubre cumpliremos en realidad 39 años de democracia, pues no cuenta el año del gobierno de facto (noviembre 2019-noviembre 2020). Para la oposición, en tanto, la democracia (pactada) está suspendida en Bolivia desde febrero de 2016 o, según la versión, desde 2005 (con paréntesis en el año de Áñez-Murillo). Otros, más radicales, de ambas veredas, dirán que nunca tuvimos una “democracia real”.

Más allá de la disputa de relatos, quizás lo que más cuenta, en clave de historia y de memoria, es la vivencia personal y, claro, la experiencia colectiva. Si ya habías nacido, ¿dónde estabas con los tuyos y qué hacían en octubre de 1982? En mi caso, tengo tres recuerdos de niñez de ese periodo: el golpe de Natusch Busch, el “testamento bajo el brazo” de Arce Gómez y el arribo de Siles Zuazo para asumir la presidencia. No fue un “veranillo democrático”, sino el inicio de una larga marcha.

Arribamos así a un momento simbólico del proceso de disputa por la construcción democrática en Bolivia. Y claro que debemos celebrarlo. Ojalá el horizonte sea demodiverso y paritario. Pese al desencanto, con la frente altiva, en ello estamos.

1. La ciudadana Carolina Ribera asegura que la explosión de una planta de gas en Senkata, el 19 de noviembre del 2019, iba a provocar la muerte de “por lo menos dos millones de bolivianos” (sic). 2. Según datos del INE, en 2019 El Alto tenía un millón de habitantes. La explosión los haría desaparecer a todos, incluida la ciudad. La hoyada paceña tenía poco más de 900.000, todos los cuales también irían a morir. Para completar los dos millones de Carolina, habría que incluir a los pobladores de Palca, Mecapaca, Achocalla y Viacha. ¡Terrible! 3. Frente a semejante catástrofe (solo comparable con la más potente explosión nuclear), el asesinato de una decena de alteños (algunos ejecutados de manera sumaria), además de al menos 80 heridos (la mayoría por armas de fuego militar y policial), no es nada (quizás un “daño colateral”). 4. El único problema, como demostró documentada y sobradamente el informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), es que en ningún momento la planta de gas estuvo en riesgo. 5. Lo real fue la masacre de Senkata, al amparo de un decreto firmado por la mamá de Carolina y (ex)amigos.

José Luis Exeni Rodríguez es politólogo.

Voces | Por Sergio Medina / 20 de agosto de 2022

Voces | Por Carlos Antonio Carrasco / 20 de agosto de 2022

Voces | Por Grover Cardozo / 20 de agosto de 2022

Voces | Por Oleg Kashin / 20 de agosto de 2022